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IN MEMORIAM A 32 AÑOS DE SU PARTIDA
miércoles, 30 de marzo de 2016
martes, 31 de enero de 2012
¿Cómo hiciste Dios?
Sorprendido y quieto ante el ocaso
trato de encontrar una respuesta
a las preguntas que antes hizo Pablo:
¿Cómo hiciste Dios para iluminar
de colores y armonía los espacios?
¿Cómo pintaste de intensidad
y de cobre los ocasos?
¿De donde, dime, trajiste
el amarillo oro que has usado,
si antes de moverte y ser el tiempo,
todo era silencio obscuro y caos?
Toda la existencia vive en Ti, lo sé;
y a Ti regresa como un flujo oceánico;
pero cuando dejas que este corazón
y los sentidos vibren extasiados
ante la grandeza inasible de tu Obra
y el eterno esplendor de tus ocasos,
quiero ser como Tú en mis sueños,
crear un mundo de rodados cantos
y colores vivos para que camine aquella
que hasta a mí has traído y que yo amo tanto...
lunes, 18 de enero de 2010
AÚN EN LA AUSENCIA
De todas maneras
la respiración prosigue,
el mundo,
la rueda de la vida
con sus dientes que trituran
hasta el más humilde sentimiento.
Nadie muere de amor,
sino de ausencia,
de lejanía repetida sin afectos.
No, no es cuestión de cuerpos,
ni de manos,
ni de roces,
ni de noches.
Era compartir la sed de cumbres,
tu sed,
mi sed,
y los anhelos de horizonte juntos.
Venimos a cruzar el mundo,
los colores,
las formas,
los sentidos.
y pasamos solos avatares y desdichas.
A veces un destello de esperanza,
a veces una Aurora que promete.
Sin embargo, todo lo hunde el miedo,
hace naufragar la dicha,
nos niega la totalidad de afectos
y seguimos solos,
tristemente solos
el camino sin remedio
de la ausencia…
sábado, 18 de julio de 2009
JARDÍN DE SUEÑOS
Me siento en una banca de este parque.
Al frente, brumosos como el futuro,
se extienden mansos destino, olas y agua
en una representación de estanque
con flores y con cisne blanco puro.
Camino entre columnas altas
y romanas que forman un pasaje:
extraño ambiente claroscuro.
El sitio tiene árboles y plantas
ordenados y dispuestos por el Arte
de un jardinero, cuyo temple justo,
ciñó al lugar la impronta de su alma.
La luz de un sol brumoso es parte
de este lugar apartado y apacible gusto:
mi espíritu pasea por él en calma
creando espacio y tiempo para amarte...
viernes, 4 de julio de 2008
COMO HICISTE, DIOS?
Sorprendido y quieto ante el ocaso
trato de encontrar una respuesta
a las preguntas que antes hizo Pablo:
¿Cómo hiciste Dios
para iluminar de colores
y armonía los espacios?
¿Cómo pintaste de intensidad
y de cobre los ocasos?
¿De donde, dime, trajiste
el amarillo oro que has usado,
si antes de moverte y ser el tiempo,
todo era silencio obscuro y caos?
Toda la existencia vive en Ti, lo sé;
y a Ti regresa como un flujo oceánico;
pero cuando dejas que este corazón
y los sentidos vibren extasiados
ante la grandeza inasible de tu Obra
y el eterno esplendor de tus ocasos,
quiero ser como Tú en mis sueños,
crear un mundo de rodados cantos
y colores vivos para que camine aquella
que hasta a mí has traído y que yo amo...
CUARTO SUEÑO
Hay sueños transparentes,
casi etéreos,
donde las imágenes son seres
casi ajenos
a nuestros afectos y quereres.
También, de pronto,
llegan sueños en colores fuertes
haciendo húmedas las noches
con mañanas de jaquecas impacientes
que nos hacen la vigilia pesadilla.
Algunos otros son augures y advierten
sobre algo o alguien
que llegará o requiere
toda la atención de nuestra parte
y nos llama onírico y urgente.
Pero más allá del sueño,
a la vida es inmanente
un sentimiento intenso,
cuya vastedad es exigente
y no admite esperas ni pretextos:
es el Amor y basta un toque leve,
un simple roce de las manos
para saber que el corazón se pierde.
Entonces, uno está dispuesto
a entrar con él, incluso,
a vivir el sueño de la muerte...
OBRERO DEL SILENCIO
No serás nunca partidaria de mis besos
ni en los contingentes de caricias sonoras
alzarás banderas de reclamo por mi ausencia:
al obrero del silencio nadie viene a buscarlo
para enderezar distancias y martillar los sueños.
Mi faena son horas huecas y sordas
fundiendo desidias y amalmagando rosas,
negras flores de ociosidad y angustia;
nada que añores está entre en mis manos,
todo lo tienes tú, todo lo tienes, incluso
el amor escondido y de sobra a tu lado:
usurera de anhelos, no sabes cuanto te amo.
Aunque nunca vendrás por mi esfuerzo,
trabajo hasta dolerme a mi mismo y sueño,
construyo mi cuerpo para tu corazón cada día,
afilo mis fuerzas, pulo el ánimo recién hecho
para cubrirte toda si una noche cualquiera
abriera sus alas como una mariposa nocturna
y, liberando los besos, en tu pecho de niña
creciera el intenso deseo que te anhela y llama;
si tus caderas sinuosas apartaran el espacio, el aire
y, pasional en mi arena, como un océano de fuego,
cayeras sobre mi cuerpo de sal y de piedra yaciente
para fundir mi ansiedad y clausurar tus ausencias...
BESADORA LEJANA
Es verdad: te deseo completa,
sin ataduras fantasmales ni pasado;
te deseo desde la angustiosa ajenitud
que se agolpa y escurre entre los dedos
cuando crispo las palabras y las manos,
cuando mantengo mi cuerpo alejado de ti
y su ansiedad terrible de acercarse y tocarte.
Ruedo en los sentimientos de vidrio, de ti
el deseo deshojo en habitaciones cerradas,
caen tus hojas en mi corazón como cuchillos
y ruedan gotas de ansiedad desprendidas;
caen fantasías en los espejos cotidianos
cuando me busco en ellos y estoy ausente,
cuando ahí quiero hallarme y tu imagen sonríe:
tu plenitud lejana, tu misterio que no es mío,
desangra el deseo que me ha llegado muy tarde.
Voy a soñar contigo aunque no lo merezcas;
desnuda, vendrás a poblar mis cejas de gestos
y a llenar las noches de ausencia y reclamo;
nunca tendré una razón que te nombre
pero tu sabrás que te quiero, besadora lejana,
y que aún en la rígida frialdad de las formas,
estará latiendo tu nombre detrás de mis versos
y te haré el amor, cuando todo afuera se apague...
PALABRAS PERMANENTES
Vuelan y vienen las palabras
con su corazón palpitante
reuniendo toda la extensión
y la ternura infinita del cielo.
Caen, atraídas por las manos secas,
como meteoros huérfanos de planeta
después de atravesar el silencio
entre la obscuridad y el desaliento.
Si existe una fuerza fuerte
que ata la eternidad a los átomos,
las palabras son la misma esencia
que de infinito impregna los sentimientos.
A veces, las palabras se adelgazan
y se hacen sollozos y lágrimas,
son como la fuerza débil que se abre
y libera al dolor de su obscuro infierno.
Sin embargo, las palabras en versos,
hacen temblar a los seres más duros
con una descarga eléctrica que magnetiza
y prende, sublime, el amor en los cuerpos.
Entonces, todo cambia y todo permanece,
la apariencia muta, la forma, más no las esencias:
así van las palabras a ti desde mi alma, quieren
trascender mi mundo y eternizarse en tu tiempo...
lunes, 2 de junio de 2008
31 de octubre
A lo lejos, en medio de la naciente y nebulosa obscuridad previa a una noche de noviembre, vi moverse varios puntos luminosos.
Se movían como danzando, elevándose, desapareciendo y reapareciendo de improviso en otro lado.
Me detuve. El camino a casa todavía era largo y tuve un ligero estremecimiento.
Aquel lugar era un terreno baldío y largo, sin cultivo en esa época del año y por lo tanto terroso y algo abrupto para caminar.
No muy lejos, con los últimos minutos de la tarde, casi en pleno de la hora cero, se distinguía una barda prolongada de piedras antiguas pegadas con lodo y paja, tras de la cual, se asomaban las torres de una iglesia vieja y tal vez abandonada. Más allá, entre la bruma, todavía podían mirarse las cruces altas de las capillas del cementerio.
Caminaba rumbo a casa desde un poblado cercano. Había atravesado una región pedregosa con escasa vegetación casi toda de arbustos hostigosos a causa de las espinas que les eran características; también había árboles pirules de mediana altura, casi desiertos de follaje, semejando sus ramas largos brazos suplicantes y extendidos al transeúnte que por ahí se aventuraba cada tarde.
Recordé entonces que, cuando era pequeño, mi abuelo me contaba historias tenebrosas sobre aquellos parajes que habían pertenecido a un cacique ufano de poseer innumerables propiedades pero que también era dueño de una historia repleta de maldad y mala fama.
Pocas gentes quedaban vivas y que pudieran contar parte de aquella historia. Los que había, evitaban hasta mencionar el nombre del siniestro personaje con su propia voz por no invocar, según decían, el nombre del demonio mismo.
Mi abuelo me contó que aquel cacique había sido un hombre inmensamente rico, dueño de más de cien haciendas en toda la región que antes fue la propiedad de un noble español explotador de minas argentíferas. Decía mi abuelo que el cacique logró acumular su fabulosa riqueza a partir de un solo huevo que acercó a una gallina de su madre y del cual nació un gallo que empleó como maquilero a cambio de la mitad de los productos de innumerables gallinas fecundadas.
Pronto, pudo tener su primer granja, su primer rancho y su primer hacienda. Todo esto avalado por un pacto, no con Dios, sino con el mismísimo demonio según decían los más viejos de la comarca.
- ¡Tonterías...! - decía mi abuelo.
Lo cierto es que entre sus pasatiempos predilectos estaba el de prestar dinero con usura, comprar cosechas baratas mediante amenazas de quemar los campos si no era él el beneficiario de la compra-venta, y de acechar a quien osaba tomar una sola mazorca de sus maizales, o una fruta de sus huertas, para arrojarlo a unos cerdos enormes que casi siempre estaban hambrientos y que daban buena cuenta del pobre infeliz que era descubierto como pillo.
También, aseguraban los más viejos, el cacique tenía la cualidad de aparecer de pronto a leguas de distancia y platicar con sus amistades sobre sus negocios cuando, al mismo tiempo, otros afirmaban haber estado con él en otra parte dando santo y seña, ambos grupos, de lo que con el siniestro personaje habían tratado, incluyendo, por supuesto, documentos firmados y evidencia de cosas que no dejaban lugar a dudas de sus afirmaciones.
Otra particularidad del personaje referido, era la de vestir siempre como el más humilde y hambriento de sus peones y, por ello, ser confundido muchas veces con uno más de los trabajadores de cualquiera de sus haciendas.
El cacique disfrutaba enormemente al provocar situaciones comprometidas entre quienes no le conocían. Por ejemplo una vez, según me contó mi abuelo, llegó un propio desde la capital, con un mensaje de invitación para que asistiera a la recepción que el Señor Presidente de la República, Don Porfirio Díaz, ofrecería a lo más granado de la sociedad mexicana, con motivo de los 75 años de la Guerra de Independencia Mexicana.
El enviado llegó a caballo hasta el portal de entrada de la hacienda principal. Después de transitar por muchas leguas en una sola corrida desde la capital, se apeó polvoriento y cansado buscando entregar su encargo de una buena vez, para irse de inmediato a buscar un mesón en el poblado donde poder asearse y descansar antes de emprender el viaje de regreso.
El caballo estaba exhausto y sudoroso; buscaba sombra y agua abriendo el hocico y bufando amenazante. El enviado preguntó al primer hombre que encontró en la entrada por el lugar donde podría entregar una carta del presidente de la república dirigida al dueño de la hacienda. El hombre, sin decir palabra, le señaló con la mano una puerta precedida por una escalera con balaustrada de mármol en el fondo del enorme patio. Hacia allá se dirigió el mensajero dando grandes zancadas y tratando de desempolvándose un poco el traje militar que vestía gallardo.
Cuando se apersonó ante un sirviente vestido a la usanza de la época y que ejercía las funciones de Mayordomo, le preguntó soberbio por el Amo de la casa y obtuvo, para su sorpresa, una respuesta que le dejó helado: el dueño era, ni más ni menos, que el hombre que paseaba tranquilamente su caballo a la entrada de la finca.
Se devolvió sobre sus pasos descubriéndose de inmediato la cabeza de aquel alto y emplumado gorro militar, sudando ahora con vergüenza y pesadumbre.
El oficial se deshizo en disculpas por tan bochornosa y terrible confusión ante el cacique. Éste, disfrutando por su broma, le conminó a no sentirse mal por el error y le recibió la carta del señor Presidente dándole una respuesta afirmativa de asistencia a la recepción que se le invitaba.
El enviado, haciendo innumerables caravanas de disculpa, intentó retirarse de la presencia del cacique sin darle la espalda hasta no encontrarse a unos metros de distancia.
El cacique le detuvo y le expresó, que las disculpas estaban bien porque hablaban de la alta educación recibida en los duros años de entrenamiento militar, pero que, además de ello, también esperaba cinco pesos plata por el servicio dado al caballo mientras el militar estaba dentro de la casa...
Las luces aparecieron danzando a mi izquierda, como a cincuenta metros y entre unos matorrales pardos. Sentí miedo a lo desconocido y, aún más, con los recuerdos de las historias que mi abuelo me contó sobre el cacique, la piel se me erizó como avisándome de algún peligro inminente.
De pronto escuche como el ruido sordo y seco de unos cascos que iban a galope por algún lado. Me detuve y me senté en cuclillas como queriendo integrarme al paisaje obscurecido para pasar desapercibido por quienquiera que transitara por ahí.
Estando casi paralizado de terror, sentado en la incomodidad de mis rodillas flexionadas, recordé que también se decía que cuando el cacique viajaba de una a otra de sus haciendas, lo hacía en un carruaje negro tirado por caballos del mismo color, cosa nada extraña para un personaje como aquel que poseía una incalculable fortuna que le permitiría, seguramente, cualquier extravagancia semejante, y guardadas las distancias, a las actuales manías de los millonarios actuales. Sin embargo, lo que causaba espanto entre quienes tuvieron la mala fortuna de mirarle en esos trances era, según cuentan, que ni sus caballos ni el carruaje tocaban el suelo a pesar de emitir sonoros ruidos de galope y rodamiento ya que iban, cuando menos, a medio metro de altura y sacaban chispas a su paso.
Una especie de lúgubres canciones flotaron en el aire proviniendo de las luces que se movían cada vez mas cerca de donde me encontraba.
En ese momento recordé que la más terrible historia que me contaron sobre el cacique fue la que da cuenta de su muerte.
Según ello, la tarde que murió era la del 31 de octubre del año 1899, exactamente la misma fecha de este día pero cien años después. El cuerpo del cacique fue depositado en un ataúd austero, elaborado con tablones mal clavados y sin adornos de ninguna especie, ni siquiera una cruz pintada sobre la tapa. Le estaban velando solo unas cuantas personas piadosas, casi al anochecer de aquel día, y en la estancia principal de la casona que habitó en sus últimos años. Unos pocos velones que hallaron por ahí, ya usados, sirvieron de parca iluminación para unos padre nuestros y unas cuantas aves marías mal recitadas, pues ni siquiera los rezanderos oficiales de la comarca habían querido asistir al tal velorio.
Casi a las siete de la noche, según cuentan, se apareció un perro negro, fiero y grande, babeando espuma por el hocico y mostrando amenazantes dientes y colmillos a los que ahí se encontraban. Éstos, salieron huyendo, despavoridos y asegurando que era el diablo que iba por su pago. Pasaron muchas horas y haciendo de tripas corazón, algunos pocos se aventuraron a regresar a la casa encontrándose con que el ataúd estaba vacío y solo flotaba un fétido olor azufroso, insoportable al cualquier sentido del olfato.
Para no asustar a la población, los que regresaron a encontrarse con tal acontecimiento, decidieron no difundir la versión de que al cacique se lo había llevado el diablo. Así es que, llenando el féretro de piedras, lo condujeron hasta el cementerio aquella misma noche y, simulando un sepelio como cumple en estos casos, lo enterraron sin más servicios religiosos que un par de santiguaciones rápidas.
Lo verdaderamente espantoso ocurrió siete días después cuando unos pastores llegaron corriendo hasta el pueblo diciendo que en el Yolo, un lugar entre las montañas cercanas famoso porque, según se afirmaba, era un lugar encantado, puerta misma del infierno, habían encontrado el cadáver del cacique y que no mostraba señales de putrefacción.
Los familiares fueron por el cadáver y lo velaron nuevamente para, lo más sigilosamente posible y por la tarde, abrir la fosa donde se encontraba el ataúd lleno de piedras y depositaron ahí el cuerpo. Sin embargo, al otro día lo encontraron fuera de su tumba, arrojado como un desperdicio entre multitud de moscas y el fétido olor azufroso. Volvieron a velarlo y le enterraron de nuevo solo para encontrarlo fuera del sepulcro al siguiente día.
Llenos de terror, concluyeron que la tierra consagrada no aceptaría a un personaje tan siniestro como aquel a pesar de incontables misas y exorcismos por ser deudo del demonio. Así que, envolviéndolo en un costal a modo de mortaja, lo fueron a tirar en un barranco en el Yolo.
Nadie volvió a verlo ni a saber de él, pero los pastores de la región, aún afirman que cada año, en la noche del 31 de octubre, han visto al cacique danzando con una corte de brujas que habitan por los rumbos de la región llamada cerro verde, cuya más alta cumbre es la montaña del Yolo.
Otros, juran que en estas fechas el cacique recorre lo que fueron sus propiedades y trata de tocar a sus descendientes a fin de que termine su suplicio al tomar, otro, su lugar en el infierno.
Las luces aparecieron otra vez dirigiéndose directamente hacia donde yo estaba paralizado por el miedo. Quise huir de ahí corriendo, pero al volver la vista hacia cualquier rumbo, ahí estaban las luces flotando, acercándose como tratando de cerrar un círculo en torno a mi.
Caí de rodillas y cerré los ojos comenzando a rezar a gritos “La Magnífica” que, según sabía, aleja a los demonios y a las almas maléficas que vagan penando sus pecados y tratan de tocar a los vivos para deshacerse de su maldición.
Mi corazón casi se detuvo cuando me di cuenta que me encontraba en medio de un círculo de fuego que flotaba entre la niebla; bajo mis pies pude percibir un símbolo extraño inscrito en el suelo sobre una especie de metal oxidado.
Grité y las luces se alejaron como atemorizadas. Sin embargo, agrupándose, volvieron a avanzar lentamente en mi dirección y yo, a punto de la histeria al tratar de salir corriendo, tropecé con una saliente del metal donde estaba parado y caí de bruces. Una luz intensa iluminó el entorno y, entonces, pude distinguir con claridad los símbolos.
A punto del desvanecimiento, todavía alcancé a escuchar: “es nuestro, nosotros lo encontramos primero...” “Joven, ¿no coopera para nuestra calavera...?
Los símbolos decían: “Para el mejor momento, disfrute la chispa de la vida... tome coca cola...”
No puedo ir
Déjenme un tiempo al menos
en esta soledad amarga:
quiero descender al fondo de mi alma.
Déjenme callado entre mis tardes,
debo cancelar su imagen
olvidar su piél,
su aroma,
y dar el luto de su ausencia al áire.
Me iré después
a donde vaya el corazón y,
tal vez ahí,
me enfrente renovado y libre
a mí mismo,
como un guerrero triste
que a fuerza de dolor y heridas,
ha logrado huir de su melancolía.
No voy a ir amigos.
Vayan y crezcan la fiesta
y las sonrisas
y la vida;
bailen sintiéndose queridos,
unan sus manos,
junten sus cuerpos,
besen lo que aman.
Prométanse reir sin preocuparse,
sin extrañar a este camarada
que hoy se siente,
simplemente,
abandonado...
lunes, 5 de mayo de 2008
CARICIAS BAJO EL MANTO
Tu mirada subrepticia y cómplice
me busca y me transmite un brillo,
un íntimo destello, un tal vez ignoto
trascendiendo silencioso la distancia:
con la discreción pactada sin palabras
nos damos el regalo de estar juntos,
arropados en un recodo oculto de la vida.
Un leve toque bajo el manto es sí,
es encuentro de almas en los cuerpos
es caricia sin medida y sin usura,
puerto donde arriban sensaciones
enlazando anhelos escondidos.
Pretextando cualquier cosa,
nuestra piel despierta al erotismo
con un simple roce de las manos;
tus pies se posan en los míos,
nos quedamos enlazados
en la secreta sensación de ser
amantes amorosos un instante.
Las caricias abren una puerta.
van inaugurando estancias subrepticias
a la realidad de un anhelo compartido,
a la circunspecta seriedad que la gente
mira como dos seres que se encuentran
con ajenitud de rumbo y de intenciones.
Es lindo llegar a la cita de las siete
y saber que has preguntado
por mi ausencia o mi retardo.
Tu molestia porque he retrasado
el inicio de la fiesta el sábado,
de inmediato es desmentida por tus ojos
cuando, con un brillo que sólo yo descifro,
con invisible calidez me dices: bienvenido.
Es divertido confrontar tu seriedad,
tu afán por distraer la atención
hacia banalidades sin ejemplos
mientras dejas que mi piel te busque
mesa abajo, que te arrope con dulzura
y, acunada, así te quedes largo rato
disfrutando, como yo, la leve cercanía
de nuestros cuerpos juntos.
Al tiempo, entumecidos y dolientes,
los músculos se niegan a moverse
en la hora de decir hasta mañana;
pero, con un simple ciao al deja vu,
clausuras nuestra fiesta íntima:
intensa y silenciosa guardas
nuestro sentimiento en tu recato,
te marchas a tus cosas decidida,
mientras yo me quedo con mi vida.
Nos miramos un instante solo,
un abrazo apresurado nos permite
acercarnos las mejillas y el oído:
murmurando, ahí acordamos
otra cita pronto donde tú vendrás
hermosa y cristalina y yo,
serio y circunspecto, te buscaré
de nuevo en la tibia obscuridad,
en la penumbra acogedora
cuando, sentados con los otros,
protegidos por el manto cómplice,
se rocen nuestros pies y, subrepticias,
se acaricien nuestras manos...
José Chevalier
Abril 2008
viernes, 2 de mayo de 2008
PAISITO
Paisito, te me estás yendo por el caño,
te están desbaratando a puñetazos
y a rasguños de estadistas maricones.
Pobrecito, ¡tanto has dado!
y ve no más cómo te tienen:
boqueando lo que te queda de petróleo,
quemando los pocos arbolitos que te quedan,
supurando por las grietas de tu tierra malherida.
Sobre tu doliente geografía se miran
infinidad de pulgas dando brincos,
mordiéndote la piel y las entrañas,
dándose de tiros en los restaurantes,
secuestrando gente por tres pesos.
En tu Anáhuac vuelto oído
susurran eufemismos los corruptos
y legislan burocráticos decretos
para quien sabe qué futuro.
Tus costillas están rotas
y por ahí se cuela el contrabando;
tu sangre es casi adicta
y sigue siendo envilecida
con gomitas de mascar envenenadas
y suspiros blancos cada día.
Lo que podría haber sido tu esperanza
Ahora se encuentra contratada
En campos de concentración y razia
Al otro lado del Río ya manso:
Son presas libres e indefensas para caza
de heroicos ciudadanos norteamericanos.
Paisito, te estás quedando solitario,
te hemos hecho tanto daño
que ya ni Centroamérica
o tus congéneres del cono
te miran como hermano.
Te hemos vuelto patio libre
para contumaces y villanos,
basurero y tapia gringa,
escondrijo para sudamericanos.
En tu tierra seca ya no se cultiva
ni esperanza ni destino claro,
al contrario,
ahora cultivamos narcotráfico
y compra-venta de lunáticos que pagan
hasta treinta mil por acercarse,
ilusos, al sueño americano
y terminan convertidos en esclavos.
Paisito triste, paisito casi muerto,
te me estas desmoronando
entre las manos...