Tu mirada subrepticia y cómplice
me busca y me transmite un brillo,
un íntimo destello, un tal vez ignoto
trascendiendo silencioso la distancia:
con la discreción pactada sin palabras
nos damos el regalo de estar juntos,
arropados en un recodo oculto de la vida.
Un leve toque bajo el manto es sí,
es encuentro de almas en los cuerpos
es caricia sin medida y sin usura,
puerto donde arriban sensaciones
enlazando anhelos escondidos.
Pretextando cualquier cosa,
nuestra piel despierta al erotismo
con un simple roce de las manos;
tus pies se posan en los míos,
nos quedamos enlazados
en la secreta sensación de ser
amantes amorosos un instante.
Las caricias abren una puerta.
van inaugurando estancias subrepticias
a la realidad de un anhelo compartido,
a la circunspecta seriedad que la gente
mira como dos seres que se encuentran
con ajenitud de rumbo y de intenciones.
Es lindo llegar a la cita de las siete
y saber que has preguntado
por mi ausencia o mi retardo.
Tu molestia porque he retrasado
el inicio de la fiesta el sábado,
de inmediato es desmentida por tus ojos
cuando, con un brillo que sólo yo descifro,
con invisible calidez me dices: bienvenido.
Es divertido confrontar tu seriedad,
tu afán por distraer la atención
hacia banalidades sin ejemplos
mientras dejas que mi piel te busque
mesa abajo, que te arrope con dulzura
y, acunada, así te quedes largo rato
disfrutando, como yo, la leve cercanía
de nuestros cuerpos juntos.
Al tiempo, entumecidos y dolientes,
los músculos se niegan a moverse
en la hora de decir hasta mañana;
pero, con un simple ciao al deja vu,
clausuras nuestra fiesta íntima:
intensa y silenciosa guardas
nuestro sentimiento en tu recato,
te marchas a tus cosas decidida,
mientras yo me quedo con mi vida.
Nos miramos un instante solo,
un abrazo apresurado nos permite
acercarnos las mejillas y el oído:
murmurando, ahí acordamos
otra cita pronto donde tú vendrás
hermosa y cristalina y yo,
serio y circunspecto, te buscaré
de nuevo en la tibia obscuridad,
en la penumbra acogedora
cuando, sentados con los otros,
protegidos por el manto cómplice,
se rocen nuestros pies y, subrepticias,
se acaricien nuestras manos...
José Chevalier
Abril 2008
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